ORIENTAR PARA UNA VIDA CON SENTIDO

Impartí esta ponencia en el encuentro de Intercambia el 14 de octubre de 2010.

Más que certezas, lo que traigo hoy aquí son intuiciones e interrogantes en torno a cuestiones sobre las cuales me parece urgente pensar.

Tengo una relación especial con una chica que se toma muy en serio sus estudios y casi siempre saca buenas notas. Cuando tenía 12 años y había terminado el primer trimestre de 1º ESO, después de haber estudiado un montón de cosas que no le había encontraba sentido, lo que, además de mucho trabajo, le había generado mucho estrés, le dijo a su abuela: ‘estudio, estudio, paso un curso, paso otro, para qué, para luego morirme y ya está’.
Con estas palabras ella estaba expresando algo que nos pasa a muchas personas a lo largo de nuestras vidas, la sensación de que la vida se nos escapa de las manos cuando no logramos dar sentido a las cosas que hacemos.
Esta experiencia, junto a otras muchas, me ha llevado al convencimiento de que facilitar que nuestro alumnado de sentido a cada paso que da en su recorrido vital ha de ser el motor central de la orientación.

No es extraño presentar la orientación escolar como un espacio para pensar, preparar e incluso programar el futuro de alumnas y alumnos.
Poner el acento en el futuro ha hecho que muchas criaturas vivan su paso por la escuela como un mero trámite para lo que vendrá después, como si esta experiencia no tuviera sentido por sí misma.
Creo que es algo así como si, ante un bebe que mama, se perdiese de vista el placer que le produce el chupar leche calentita, y se hiciera una lectura de esta situación sólo en base a su utilidad para su salud y crecimiento futuros.

El futuro, más aún en los tiempos que corren, es, por definición, algo incierto. De ahí que, desarraigarse del presente para preparar el futuro produce, no sólo la sensación de que la vida se nos va de las manos, sino también mucha ansiedad.
Ante lo cual, creo que lo interesante es poner el acento en el camino, facilitar a nuestro alumnado la posibilidad de crear su propio camino con la mayor libertad posible. Un camino en el que cada paso, además de abrir la puerta hacia horizontes diversos, tiene sentido por sí mismo.

Si estamos de acuerdo con que una de las características básicas de la vida es su imprevisibilidad, estaremos de acuerdo también con que, a mayor familiaridad con la incertidumbre, el riesgo, los cambios y la creatividad, mayor preparación tendrá el niño o la niña para sacar jugo a su propia vida y para afrontar tanto su presente como su futuro.
Por todo ello, más que ayudar a evitar errores, propongo una orientación destinada a aprender de los errores, tal como lo hace una criatura cuando está aprendiendo a caminar que, a fuerza de caerse, descubre el modo de mantenerse en pie.
De lo que estoy hablando, por tanto, es de acompañar a niñas y a niños en su camino, un camino que se hace en el presente y que es siempre singular. Lo que no implica obviar el futuro, sino, al contrario, es una propuesta que permite prepararse para lo nuevo que éste les pueda traer.
Si todo esto no se incorpora como parte de la orientación, es fácil que niños y niñas tengan miedo de crear su propio camino y de caminar por su propio pie. Es fácil, por tanto, que tengan miedo a responsabilizarse de su propia vida.

No es lo mismo caminar en este mundo siendo hombre o siendo mujer. Cada uno de los sexos parte de experiencias, genealogías, cuerpos o posiciones distintas.

Unas y otros, aunque de distinto modo, vivimos la presión de los estereotipos de género y, éstos, como ya sabemos, encorsetan la vida y el deseo, nos hacen vivir de un modo impostado.
Recuerdo, por ejemplo, a una niña que me dijo que de mayor ella sería secretaria y tendría un marido ejecutivo. Al escucharla, tuve claro que era el estereotipo y no su propio deseo el que hablaba.
Ahora bien, para hacer frente a todo ello hace falta agudizar el oído para no tirar por la borda, junto a los estereotipos, experiencias que en realidad son de libertad.
Os pongo un ejemplo. Conozco a una niña que dedica gran parte de su tiempo libre al baile, es feliz cuando baila, pone en juego todo su ser cuando lo hace. Es verdad que por ser niña, ha tenido más fácil acercarse y disfrutar de esta actividad. Ahora bien, su forma de ejercitarla desborda lo estipulado por los estereotipos, ya que lo hace desde su libertad y singularidad.
No nos olvidemos de que la libertad no es un contenido, no es hacer una u otra cosa. La libertad tiene que ver con el lugar desde donde se hacen las cosas.
Como es evidente, es fundamental que niñas y niños sepan que no se les restringe una u otra actividad por el mero hecho de pertenecer a uno u otro sexo, pero también es fundamental que descubran el modo de acercarse a cada una de esas actividades desde sí, desde su forma original y única de hacer.

Pero esto no lo es todo. ¿Qué actividades son las más valoradas por unos y otras?
Hoy por hoy, el abanico de juegos a los que juegan las niñas es mayor al que juegan los niños. Esto es así porque ellas tienen menos resistencias para jugar, por ejemplo, al fútbol que las que tienen ellos para jugar a juegos como ‘las cocinitas’.
Y esto no pasa sólo en la primera infancia. Pasa en las universidades donde las alumnas están interesadas por todo tipo de carreras mientras que no pasa lo mismo con los alumnos, o al menos no en la misma dimensión. Pasa también en otros muchos ámbitos.
Pienso que esto tiene que ver, entre otras cosas, con el hecho de que las mujeres y las niñas de hoy en día han aprendido que abrir su abanico de posibilidades adentrándose en lo que tradicionalmente se consideraba ‘propio de los hombres’ es una ganancia para ellas, mientras que aún hoy hay muchos hombres y niños que sienten que adentrarse en lo que se ha considerado como ‘propio de las mujeres’ es una pérdida, como algo que les hace ser menos, ‘menos hombres’, menos importantes.
Esta forma de entender las cosas, en ocasiones, es asumida también por las propias niñas. Y os pongo un ejemplo. En una clase de secundaria, el profesor preguntó a las chicas qué hacían durante el recreo y todas señalaron el hecho de que una de ellas jugaba muy bien al fútbol. Cuando él preguntó que hacían las demás, dijeron que no hacían nada importante, sólo hablar. O sea, habían interiorizado que hablar era menos importante que jugar al fútbol.
Esto me lleva a pensar que reconocer y dar valor a lo que hacen las niñas y las mujeres es un modo de que ellas no se vean abocadas a ‘ser como ellos’ para considerarse importantes y de que ellos sientan una mayor predisposición para enriquecer sus vidas con lo ellas hacen, dicen, aportan.

Sé que esto que digo encierra una paradoja.
En general, podríamos decir que el horizonte vital que se les presenta a las niñas es más amplio y diverso que el que se les presenta a los niños. Pero, a la vez, como todas sabemos, este horizonte se concreta de tal modo que supone, a menudo y para muchas mujeres, estrés, cansancio, doble o triple jornadas, etc.
En la organización de la vida cotidiana, los hombres dedican gran parte de su tiempo al trabajo remunerado o a la búsqueda del mismo, mientras que las mujeres hacen malabarismos para cuidar a su familia y desarrollar un trabajo fuera de casa.
Creo que no tiene sentido resolver este problema por la vía estrecha, o sea, no me parece que la salida sea reducir el horizonte femenino homologándole al masculino. Además de empobrecedor, sería una catástrofe de grandes dimensiones.
De lo que se trata es de encontrar una vía para que las mujeres no tengan que elegir entre maternidad o trabajo, entre familia o carrera profesional, como la única manera de no enfermarse o agotarse. Tenemos que crear un camino en el que esté presente el cuidado, no sólo de los demás miembros de su familia, sino también el cuidado de sí, lo que implica, entre otras cosas, que las mujeres no desperdicien esa energía dando ‘margaritas a los cerdos’.
Quizás, se lo que se trata, como ya he venido diciendo, es de ampliar el horizonte vital de ellos. Pero, como ya dije, esto sólo será posible si sienten que acercarse a lo que saben y viven las mujeres no les hace ser menos, sino más humanos y con un horizonte más amplio y rico. Y esto no es un imposible, hay cada día más hombres que se suman a este modo de caminar.
Al hablar de todo esto, no estamos hablando, según mi punto de vista, sólo de una cuestión de justicia, sino también del valor que unas y otros damos y queremos dar al sostenimiento de la vida.
Para abordar esta cuestión, hay que hacer un trabajo simbólico de mucho calado.
Tengo una amiga que es profesora en un centro de secundaria y su marido es médico. Cuando su hijo tenía 3 años, su maestra le preguntó a qué se dedicaban su madre y su padre. El niño dijo que su padre era médico y que su madre era su mamá.
Mi amiga estaba disgustada porque decía que el niño no era capaz de reconocer el trabajo que hacía fuera de casa tal como lo hacía con el trabajo de su marido. Yo le dije que me parecía más bien que ese niño estaba valorando su papel como madre, un papel más grande y complejo que trabajar simplemente fuera de casa.
De hecho, cuando ella le preguntó si no sabía que ella era profesora, el niño dijo que claro que lo sabía. Ante lo cual, la madre le volvió a preguntar por qué no había dicho entonces que era profesora, y él le respondió que porque ella era su mamá.
En esta historia, creo que lo importante es saber qué hará ese niño con el reconocimiento a su madre, aprender de ella y asumir las responsabilidades que ello implica o simplemente se acomodará con un ‘¡¡qué fortaleza tienen las mujeres!!’.

Todo lo anterior me lleva a la necesidad de pensar profundamente en qué igualdad queremos o qué queremos decir cuando decimos igualdad.
Al inicio de unas jornadas de coeducación, escuché a una mujer decir que para lograr la igualdad real habría que incentivar que las mujeres ocuparan los trabajos más valorados y considerados socialmente. Al escucharla no pude evitar el preguntarme sobre quién ha dicho cuáles son los trabajos más considerados socialmente, por qué es más valioso, por ejemplo, ser directivo de una empresa de automóviles que maestra de infantil, en base a qué se valoran los trabajos, por qué es más valiosa la rentabilidad económica que los trabajos destinados a hacer la vida más viable y vivible.
Esta forma de entender la igualdad deja intacto el modelo masculino patriarcal y propone una homologación de las mujeres al mismo. Es un modelo que ha ido calando en el corazón de algunas niñas y chicas. Quizás esto explique porque, hoy por hoy, no son sólo los niños quienes se resisten a realizar la parte del trabajo doméstico que les corresponde, sino que cada vez haya más niñas que también se resisten a ello.
Hace poco leí estas palabras de Vandana Shiva que muestran otra forma de entender la igualdad: "(...) Yo quiero ser mujer, no quiero convertirme en un hombre, no quiero poder ser violento, como mi segunda naturaleza, no quiero ser irresponsable, no quiero asumir que otra persona tenga que arreglar el desorden que dejo tras de mí, yo tengo que arreglar el desorden que creo". "(...) yo quiero la libertad para ser diferente, pero no quiero ser castigada por serlo. Eso es para mí la igualdad."

Nuestras alumnas y nuestros alumnos dan los diferentes pasos que dan en el contexto cultural, momento histórico y organización social que les ha tocado vivir.
Tener herramientas para entender y manejarse en el mundo que les viene dado es fundamental para poder caminar conscientes de sí y de lo que les rodea.
Este es un mundo, como ya sabemos, que está en continua transformación, hasta tal punto que a veces da vértigo.
Mucho de lo que en él pasa tiene que ver con la tensión existente entre el cuidado de la vida humana que muchas mujeres y algunos hombres ponen en juego día a día y el desprecio o, peor aún, la usurpación de los frutos de ese cuidado por parte de quienes solo buscan el poder o la rentabilidad económica.
Es la tensión existente entre quienes ponen la vida y quienes ponen el dinero o el poder en el centro de sus acciones.
De ahí que podemos deducir que pretender conciliar vida y dinero no es algo que afecte sólo a la organización familiar o personal de mujeres y hombres, sino también a cómo se estructura la sociedad en su conjunto.
No quiero ahora extenderme demasiado en esto porque no terminaría en el tiempo que tenemos. Sólo quería señalar que, según mi punto de vista, la gran cantidad de dinero y de poder acumulados a costa del cuidado de la vida explica, al menos en parte, mucho de lo que está pasando hoy en día, desde la crisis económica, el deterioro medioambiental, las desigualdades que dañan el corazón de cualquier persona mínimamente sensible, la crisis energética, el empobrecimiento de tantas mujeres, etc.
Quieres estamos aquí sabemos que, a pesar del paro y de la crisis, nuestra sociedad no se ha derrumbado aún más de lo que está gracias al quehacer de muchas mujeres. Con lo que, una vez más, reconocer y dar valor a todo esto abriría nuevas posibilidades, no sólo a la vida de cada hombre o de cada mujer, sino al mundo. No hablo simplemente de visibilizar el hecho de que las mujeres ponen parches al destrozo de otros, sino de que el cuidado de la vida y no el dinero sea lo que estructure nuestras sociedades.


Como nos cuenta este chiste, desde la lógica que predomina en gran parte del mercado de trabajo, se hace imposible, incluso en el caso hipotético de que hombres y mujeres compartiéramos todas las tareas, conciliar el cuidado de la vida con el trabajo.
Este es un conflicto, quizás el más importante, que tenemos entre manos en este momento histórico. Un conflicto que con toda probabilidad será vivido por gran parte de nuestro alumnado, si es que no lo están viviendo ya.
Es un conflicto que nos trae muchas preguntas que son en realidad grandes retos:
¿Nuestra tarea es la de orientar para la vida o para el mercado, para un trabajo que sirva a la vida o para una vida que sirva al trabajo? ¿Es posible vivir de tal modo que el dinero y el cuidado de la vida se den la mano?

Dicho esto, creo que queda claro que mi apuesta no es la de educar para que niñas y niños aprendan a adaptarse al mundo que les ha tocado vivir, sino para que descubran el modo de llevar sus deseos a este mundo, lo que implica mucha creatividad.
Es una apuesta también por la responsabilidad, por una toma de consciencia de que el mundo no les es algo ajeno, ellas y ellos son parte del mismo, de modo que sus pasos afectan a lo que en él acontece.
Como dijo Kate Millet a finales de los 70’ ‘lo personal es político’, o sea, nuestra forma de ser, estar y actuar hace mundo.

Todo esto nos lleva a la necesidad de presentar a nuestro alumnado un horizonte de vida amplio, en el que, además del ámbito laboral, se de relevancia al tipo de familia que quieren crear, a cómo quieren participar en la organización social, al papel que juega la amistad en sus vidas, al desarrollo personal y al cuidado de sí.
Pasa además por aprender a poner el cuidado de la vida, del conjunto de la vida existente y no sólo de la propia vida, en el centro de sus reflexiones.
Conlleva también aprender a abrir conflictos, andar en ellos, encontrar el modo de dar respuesta a los mismos sin violencia.
Y todo eso, como no podría ser de otro modo, conlleva una consciencia de que los modos en el que cada cual decide mostrarse como hombre o como mujer tienen repercusiones que van más allá de sus propias vidas.

A modo de epílogo, quería recordar esta frase de María Zambrano: ‘tener maestro es tener alguien ante quien preguntarse’.
Orientar es para mí crear un espacio y una relación en la que cada niña y cada niño pueda preguntarse, escucharse, indagar en lo qué le mueve, qué busca, qué le gusta, qué se le da bien, qué significa para sí ser niña o ser niño, cómo quiere llevar todo esto a su vida y al mundo que le toca vivir.
Se trata de un espacio en el que aprendan a dar sentido a sus vidas sintiendo todo lo que acontece con los cinco sentidos.